LA SOMBRERERÍA

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La espera

A Rufo se le hizo larga como la avenida Shultz, aquella espera.

– Es que no va a dejar de llover nunca?

Se cobijó bajo el toldo de una tienda de sombreros, y con los restos del úlltimo cigarrillo de la noche, encendió el primero de la mañana. Hablaba al cuello de su camisa, como lo hacen los solitarios. Y tosió

– Estás gordo y viejo, y no  creo que tenga remedio ni lo uno ni lo otro.

Un milagro evitó que aquella  nota terminara en la papelera, junto a las que le dejaba su casera en el buzón. Sacó el papel del bolsillo del pantalón, y al leerlo una vez más, sonrió

– La Merced, un buen lugar para hacer la entrega. Los malos con clase parecen menos malos.

Un coche se detuvo en la plaza, al mismo tiempo que el sonido de unos tacones que se acercaban por el otro lado de la calle, aceleró el pulso de Rufo. No tenía escapatoria. Sabía que si era descubierto, todo se iría al garete.

Rápidamente sacó de su cartera un trozo de radiografía, que le acompañaba desde la semana en que habia coincidido en el hospital con Rodrigo Puertas. 

Puertas, además de meterle una bala en la barriga en un limpio intercambio de golpes, le enseñó el arte de pasar de un lado al otro de la ley, según convenga. Acabaron siendo casi amigos. Los malos con clase parecen menos malos.

Con lo aprendido en el hospital y el trozo de radiografía, consiguió abrir la puerta de la tienda y ocultarse entre los sombreros del escaparate. Un lugar privilegiado para observar toda a operación…

(continuará)

texto y fotos: confidencial, ya me entiendes